LOS CONSEJOS DE ADMINISTRACIÓN: EL MOTOR DE CRECIMIENTO QUE SE PASA POR ALTO

Durante mucho tiempo, las sociedades han sufrido una excesiva dependencia de los superhéroes. Hay una tendencia -natural a todos los seres humanos- a delegar en unos pocos individuos la responsabilidad de cumplir nuestros objetivos más ambiciosos: el crecimiento económico, la eliminación de la pobreza, incluso la batalla contra el cambio climático. Esto se traduce en una relación poco saludable con nuestros líderes: confiamos ciegamente nuestro futuro a los dirigentes de nuestras comunidades, naciones y empresas. Si avanzamos un par de meses, estamos tachando a estos mismos líderes de ineficaces o incapaces por su incapacidad para lograr el cambio que soñamos.

Según el profesor de la Universidad de Harvard Ronald Heifetz, esta versión del liderazgo heroico adolece de un problema elemental: no reconoce que hay dos tipos de retos: los adaptativos y los técnicos. Estos últimos consisten en retos que pueden resolverse gracias a la experiencia de una autoridad en la materia. Un ejemplo clásico es cuando un paciente sufre apendicitis: basta con el diagnóstico y la posterior intervención del médico para que el reto se resuelva. Una cuestión técnica que requiere la experiencia de un líder.

Los retos de adaptación, por el contrario, no pueden resolverse con meros conocimientos técnicos. Requieren un compromiso sustancial de las personas implicadas. Deben cambiar los hábitos, las costumbres y los comportamientos para llevar la situación a una resolución feliz. Esta categoría abarca desde cuestiones micro, como la diabetes de un paciente (que no puede resolverse con medicina prescriptiva, sino que necesita que el paciente modifique sus hábitos), hasta cuestiones macro, como el cambio climático (¿a quién podríamos señalar con la responsabilidad de resolverlo?), las crisis migratorias y, por supuesto, el desarrollo económico.

No hay un líder capaz de lograr el desarrollo económico de una nación, y mucho menos del mundo. Ni siquiera el más preparado, inteligente o ingenioso, simplemente el reto tiene una naturaleza diferente. Una naturaleza que, según su etiqueta, requiere la adaptación de todos los implicados. Aun así, y esto es especialmente cierto para los países subdesarrollados, seguimos poniendo nuestras esperanzas en un pequeño número de individuos para conseguir el tan ansiado desarrollo económico que nos ha evitado durante múltiples décadas de retraso.

Es natural que señalemos a los sospechosos habituales de este retraso: el presidente, el congresista, el director general. Es una táctica que nunca ha funcionado ni funcionará. Estamos, simple y llanamente, buscando un experto para resolver un reto que no puede ser resuelto por expertos. El desarrollo económico es un esfuerzo de equipo que no depende de actores solitarios. Uno en el que el sector privado tiene un papel crucial que desempeñar.

Para lograr el progreso, necesitamos la excelencia de las empresas. Hoy en día falta esa excelencia porque no tenemos la disciplina, el orden y el enfoque necesarios. No necesitamos individuos que prometan salvarnos, ¡necesitamos virtuosismo entre nuestras empresas! Y no puede haber tal empresa sin un consejo de administración que lo exija.

Esto puede sonar raro. Tenemos la imagen de que los consejos de administración están repletos de personas muy respetadas y experimentadas cuyo trabajo es consultar y asesorar sobre la estrategia de la empresa. Sin embargo, hay otra tarea tan importante (quizá más) en el funcionamiento de un consejo de administración: controlar a los altos ejecutivos y al director general y exigirles resultados.

Hoy en día parece que ser nombrado en el consejo de administración es un privilegio más que una responsabilidad. Un reconocimiento más en la carrera de un ejecutivo en lugar de una oportunidad de oro para eliminar ineficiencias, exigir mayores resultados y así imprimir excelencia al sector privado.

No es sólo una cuestión de mentalidad errónea de los miembros del consejo de administración, hay una situación sistémica que promueve esas actitudes pasivas de los mismos. En los países latinoamericanos la remuneración de los miembros del consejo de administración es insuficiente, sobre todo si se compara con la remuneración estándar de los países desarrollados (como si el hecho de tener el privilegio de formar parte del consejo fuera suficiente compensación). Esto se traduce en una falta de compromiso del miembro que, al ver su compensación como algo meramente simbólico y no tener verdaderos incentivos para ejercer control sobre la alta dirección, limita su labor a opinar sobre la estrategia de la empresa.

Las empresas están en deuda de estructurar consejos de administración que sigan altos estándares. En el centro de esa discusión está la cuestión de la remuneración. Los consejos de administración mal remunerados, como ocurre en la mayoría de los países de América Latina, siempre serán complacientes con la alta dirección y sus miembros seguirán siendo meros asesores en lugar de verdaderos impulsores de la excelencia en los negocios.

Sin el desarrollo del sector privado no puede haber progreso. Así de sencillo. Y sin consejos de administración que se comprometan a exigir lo mejor a sus ejecutivos, las empresas seguirán (salvo excepciones) inmersas en el mismo ciclo de mediocridad, en el que el objetivo en lugar de prosperar, avanzar y superar es simplemente intentar no quedar mal.

Los consejos de administración son gigantes dormidos. Gigantes que han escapado al escrutinio público cuando hemos buscado a los responsables de nuestra inacción ante nuestros mayores retos. Gigantes que se esconden detrás de los sospechosos habituales: el presidente, el congresista, el director general. Es hora de cambiar de mentalidad. ¿Y si dejamos atrás el privilegio y nos convertimos en responsables de la excelencia de nuestra empresa? ¿Y si despertamos al gigante dormido? ¿Y si encendemos el motor de crecimiento que se ha pasado por alto?

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