LEONARDO DA VINCI: EL SINGULAR
Los seres humanos han tenido que hacer frente a numerosas amenazas desde los inicios de nuestra existencia. Se podría argumentar que fueron nuestros antepasados, las comunidades de cazadores-recolectores, quienes lo tuvieron más difícil: las amenazas oscilaban entre la escasez de alimentos y la abundancia de depredadores. Hay que tener en cuenta también que en aquella época cualquier enfermedad podía acabar con la vida de un niño, una mujer o un hombre, por muy poderoso que fuera. Esa brutal mezcla dio como resultado una esperanza de vida para los hombres primitivos que hoy en día sólo se ve como algo extraño.
La tecnología -es decir, la aplicación del conocimiento humano al desarrollo de herramientas, procesos y sistemas útiles para la humanidad- nos ha sacado de aquellas épocas oscuras del cazador y el tigre. No sólo ha permitido nuestra supervivencia como especie, sino también nuestra prosperidad. Sin embargo, los avances tecnológicos de la segunda mitad del siglo pasado y lo que va del XXI han redefinido nuestra noción de la tecnología. Ha dejado de ser una herramienta para el progreso humano y se ha convertido en una verdadera amenaza para nuestra especie.
Hemos conseguido construir máquinas y algoritmos tan potentes e inteligentes que hay previsiones que indican que hacia 2045 llegará el momento en que las máquinas -nuestras creaciones- serán más inteligentes que los humanos. Este punto de inflexión, conocido como Singularidad, marcará el inicio de todo un universo de oportunidades, pero también de lo que se cree que será el fin de nuestro dominio como especie de mayor rango en este planeta.
El pánico es real. Nuestra tendencia como humanos es aferrarnos a nuestra posición de mando en la cadena alimentaria, por la que tanto hemos luchado. No vamos a permitir que nuestras propias creaciones nos superen. Por eso, empresarios, líderes políticos, científicos y futuristas buscan soluciones que, aunque de origen diverso, giran en torno a una constante: detener el avance de estas tecnologías.
¿Y si abordamos esta cuestión desde una perspectiva diferente? ¿Si no nos centramos en las máquinas, sino en nosotros, los humanos, y cómo podemos estar a la altura de la propia amenaza?
Centrarnos en lo que podemos conseguir, en lugar de detener el avance de las máquinas, nos lleva a preguntarnos ¿qué tipo de seres humanos tienen la capacidad de hacer frente a esta amenaza? ¿Necesitamos acaso más especialistas, que logren tanto avance tecnológico?
Si nadie puede operar a través de algoritmos mejor que una máquina, parece inconveniente tratar de superarlas en su propio oficio. Y tener conocimientos profundos en un área (ser, en otras palabras, un especialista) es entrar en el juego de los algoritmos. Lo que necesitamos, pues, son generalistas. Pero no bajo la idea de "saber un poco de mucho", sino bajo el enorme reto de ser avirtuoso en muchos campos. ¿Y qué mejor ejemplo que Leonardo Da Vinci?
La singularidad de Da Vinci
Hace poco se celebró el 500 aniversario de la muerte de Leonardo Da Vinci y al repasar las diferentes ediciones especiales que se hicieron en su honor, uno no podía dejar de notar lo disímiles que eran todas: algunas hablaban de sus contribuciones al arte, otras mencionaban su impacto en la ciencia, y había algunas que se centraban en su formación como ingeniero. Esto es normal. Al fin y al cabo, con todo lo que Da Vinci logró en su vida, es imposible reducirlo todo a una edición especial. Si tuviéramos que recordarlo por un solo campo, tendríamos que elegir entre La Mona Lisa̧ El hombre virtuoso, y cientos de creaciones.
Da Vinci fue, sin duda, un hombre increíble. Era "cien hombres en uno", como dijo el célebre biógrafo Walter Isaacson. Los titulares de prensa dan en el clavo al calificarle de genio.
Pedirle a la gente que, para prepararse para la Singularidad, se vuelva como Da Vinci es, como mínimo, absurdo. Es imposible. Puede que nunca exista otro hombre como él, al menos no ha ocurrido en los últimos 500 años. Lo que podemos intentar, sin embargo, es adoptar algunas de las características de su pensamiento y del propio hombre. No se trata de convertirse en un genio. Es realmente una cuestión de adoptar algunas de las características de Da Vinci, el genio mismo, que son las siguientes.
Curiosidad
Afortunadamente, hemos tenido la oportunidad de echar un vistazo a los cuadernos de Da Vinci y hemos visto algunas de sus listas de tareas. Mientras que nuestras propias listas de tareas pueden ser aburridas e incluir tareas como "pagar las facturas" o "redactar el memorándum", las listas de Da Vinci eran de todo menos aburridas. Una de ellas incluye: Calcular la medida de Milán y sus suburbios, descubrir la medida del Castello, encontrar un maestro en hidráulica y conseguir que le enseñe a reparar cerraduras y molinos, dibujar Milán.
A partir de estas listas es posible comprender la enorme curiosidad intelectual de Da Vinci. Sus tareas hablan de su interés por explorar diferentes campos y aprender habilidades y oficios de diferentes maestros. La curiosidad es sobre todo una actitud. Como él mismo escribió: "es útil observar, anotar y considerar constantemente".
Mentalidad exponencial
El tamaño de la ambición de Da Vinci es -como todo lo relacionado con él- difícil de medir. El contraste con nuestra propia pereza es sencillamente triste. Mientras nosotros estamos inmersos en la dejadez de la rutina y en hacer las cosas siempre de la misma manera, Da Vinci pensaba en grande. Pensaba de forma exponencial. Imaginaba cosas que en su momento parecían imposibles, cosas tan locas como volar.
Tendemos a creer que las grandes empresas, las que tienen el potencial de impactar a miles de personas, son más difíciles de ejecutar que las pequeñas. Nos conformamos, pues, con los logros más pequeños, con el crecimiento incremental, porque creemos que lo exponencial, lo magnánimo, está fuera de nuestro alcance. Nos convertimos en conformistas y olvidamos que muchas veces la energía y el tiempo que se requiere para algo grande es el mismo que se requiere para algo grandioso. El legado de Da Vinci es una llamada a la acción. A pensar en grande, a ir más allá de nuestros límites (tanto físicos como mentales) y a contribuir no con un pequeño grano de arena, sino con una enorme montaña de granito.
Pensamiento creativo
La hiperespecialización en la que nos hemos visto envueltos en los últimos años ha tenido un efecto desafortunado en nuestro pensamiento: hemos perdido la creatividad. Hemos confiado a los números y al análisis el avance de nuestra especie. Y tiene sentido: era lo que necesitábamos para ser productivos: números y análisis. Lo que estos tiempos exigen es algo diferente: la creatividad. Necesitamos liberar el potencial de nuestro cerebro derecho -esa Whole New Mind, en palabras de Daniel Pink-, donde nuestro pensamiento creativo está enjaulado.
Es posible rastrear la creatividad de Da Vinci en su obra. El diseño le permitió establecer visualmente asuntos tan complejos como la anatomía humana. El arte le permitió abordar los problemas desde una nueva perspectiva. Los problemas complejos rara vez se resuelven mediante una perspectiva analítica, sino que piden ser complementados con una mente creativa.
Ejecución implacable
Probablemente a lo largo de la historia ha habido muchos individuos que han tenido sueños e ideas tan ambiciosos y creativos como los de Da Vinci. Sin embargo, las ideas por sí mismas no sobreviven al paso del tiempo. Hay que convertirlas en realidad. El legado de Da Vinci no son sus planes para la humanidad, sino sus inventos, su arte, sus cálculos y las contribuciones a la ciencia que dejó tras su muerte. Da Vinci fue, sobre todo, un hacedor.
"Al igual que el hierro se oxida por el desuso, la inacción estropea el intelecto", decía Da Vinci. La estrategia sin ejecución no da lugar a nada. El problema es que gastamos nuestro
vive tratando de idear estrategias y proyectos tan geniales como los de Da Vinci ́s. Probablemente nos convendría más empezar a ejecutar más, como Da Vinci.
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La pregunta habitual que viene a la mente cuando se conoce a Da Vinci es: ¿cómo pudo un hombre lograr tanto? Hay algo que a menudo se olvida de la historia de Da Vinci, y es que contó con una red de mecenas que le permitieron aprovechar su potencial. Establecieron las condiciones e invirtieron los recursos para que Da Vinci pudiera centrarse en lo que era realmente importante: pensar, crear, trabajar.
La familia Medici, Ludovico Sforza, César Borgia e incluso el rey Francisco I eran miembros de esa red. Pero todo eso fue en el siglo XV. ¿Cómo podemos conseguir, hoy en día, que la gente desarrolle el pensamiento creativo, la mentalidad exponencial, la curiosidad y la ejecución? Parece imposible encontrar patrones para cada individuo.
Nos olvidamos de que hoy en día hay un tipo de organización que no existía entonces y que tiene el potencial de impactar a miles de personas: las empresas. La buena noticia es que las empresas han empezado a darse cuenta de que su productividad depende de su gente y que para alcanzar sus objetivos organizacionales deben invertir en el desarrollo del potencial de sus empleados.
Lo que deben hacer las empresas está claro: desarrollar el potencial dormido de las personas. Ayudar a los humanos a acercarse al pensamiento de Da Vinci. En otras palabras, alejarnos de la Singularidad y de la amenaza que supone para la humanidad.